PALABRAS

"Una mirada lo cambia todo: la perspectiva, la luz, la sombra, el verso... la palabra."

María Tausiet. El mundo al revés

Hace más de un año / BLOG LOS ZAPATOS ROJOS DE DOROTHY / 0

Fecha de publicación: 23 de junio de 2017


«En otro lugar y en otra parte» 

Nací, me crié y estudié en Zaragoza, y a los 25 años me trasladé a vivir a Madrid. Fui educada en un catolicismo intenso y al llegar a la adolescencia decidí estudiar Filosofía Pura como una especie de puente entre la teología y el pensamiento racional. Sin embargo, tras varios meses de desencanto, abandoné la carrera y empecé Historia, especializándome en la Edad Media. Siempre quise aunar la historia de los hechos con la del pensamiento y, contra viento y marea, me empeñé en hacer una tesis doctoral sobre lo que entonces, siguiendo la escuela francesa de Annales, se conocía como "historia de las mentalidades". Después de defender la tesis, seguí estudiando otros temas relacionados con la magia, la posesión demoníaca y el mundo de las creencias en general. Mientras tanto, trabajé durante veinte años como profesora de instituto, lo que quiere decir que pasaba las mañanas enseñando historia a adolescentes, y las tardes leyendo y escribiendo en mi ordenador.  Poco después de pedir una excedencia de la enseñanza, entré a trabajar como doctora contratada en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Y desde que terminó aquel contrato he seguido mi trayectoria como investigadora independiente.   


1.-¿ Cuál es tu enfoque como historiadora a la hora de profundizar en los temas?  

Desde siempre me interesaron por encima de todo "los que vivieron una vida escondida y descansan en tumbas que nadie visita" (George Eliot, Middlemarch). Tuve el privilegio de acceder a las vidas y a los pensamientos más íntimos de muchos hombres y mujeres anónimos a través de testimonios incluidos en procesos de brujería y, poco a poco, fui ampliando mi punto de vista a otros aspectos siempre relacionados con el fenómeno de la creencia. Entre ellos, la resistencia a la confesión, la excomunión, ciertos fenómenos visionarios, los insultos religiosos, el discurso moral sobre la locura, el llamado “don de lágrimas”, la historia de las emociones en un sentido amplio, o las ideas sobre la inmortalidad y el Más Allá.  


2.-¿Qué crees que nos enseñan las creencias antiguas para vivir en el presente y en el futuro? ¿Y qué nos aporta en particular la historia de las mujeres en ese sentido?   

Desde mi punto de vista, bucear en las creencias de nuestros antepasados es un hilo conductor necesario para llegar al corazón de nuestras creencias más profundas, de las que normalmente somos poco conscientes. El lenguaje que utilizamos -no sólo determinadas expresiones o frases hechas, sino las mismas palabras- está cimentado en experiencias y convicciones de otras personas que, de alguna manera, hacemos nuestras sin darnos cuenta. Ahondar en lo que les estaba ocurriendo a nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, etc., en cómo interpretaban lo que les pasaba y cómo lo expresaban, nos permite sentir empatía por unas vidas que nos resultan ajenas pero también, de alguna manera, comprensibles. Y a partir de esa empatía  podemos ver un poco más claro por qué creemos lo que creemos y qué queremos creer o ir dejando de creer.   Para mí la historia de las mujeres no es algo específico, sino que inevitablemente se entrelaza con la historia total. Hombres y mujeres viviendo codo a codo, como dos caras de la misma moneda. Eso sí, resulta imprescindible entender las condiciones que padecieron las mujeres hasta hace bien poco, y cómo les afectó la misoginia generalizada: el ser tratadas como seres inferiores y al mismo tiempo peligrosos (esa paradoja se encarna con toda su fuerza en el mito de la brujería). Algunas de ellas, excepcionalmente, supieron evadir el paternalismo y la presión social imperante, logrando mantener una independencia mental admirable. No obstante, este privilegio se limitó a una élite, si no económica, sí espiritual o intelectual, como es el caso de ciertas mujeres aisladas dedicadas a la escritura y/o a la vida religiosa.    


3.-De entre todas tus investigaciones, ¿cuál dirías que ha sido la más apasionante y por qué? ¿En qué estás trabajando actualmente?  

He procurado investigar y escribir siempre desde el entusiasmo, involucrándome personalmente, y no sólo académicamente, de forma que el trabajo me sirviera de estímulo y aprendizaje. Como suele ocurrir, el principio fue quizás lo más impactante: entrar en contacto directo con tantas voces calladas, ocultas en el Archivo Diocesano de mi ciudad durante siglos, hasta que un grupo de estudiantes fuimos a desempolvar unos cuantos procesos criminales y yo me decidí a estudiar los casos de brujería.   Aparte del contacto directo con documentos históricos como los procesos por brujería (aunque están llenos de ficción literaria, de imaginación, en el sentido más amplio de la palabra), me apasionó especialmente volcarme en un par de estudios etnográficos (uno sobre el fenómeno del tarantismo y otro sobre una fiesta del fuego). Gracias a ellos tuve la oportunidad de entrevistar a personas vivas, casi siempre muy ancianas, acerca de creencias y costumbres a punto de desaparecer. El trabajo de campo antropológico supone para mí una forma de hacer real el sueño de todo historiador. Poder mirar cara a cara a los informantes, dialogar con ellos, observar cómo dicen lo que dicen; sentir que dentro de muy poco todo eso sonará tan arcaico y desfasado como lo escrito en legajos carcomidos por el tiempo; tener la sensación de estar rescatando cosas que de otra manera caerían en el olvido. Y, después, el reto de interpretar todas esas informaciones que para ellos son familiares y que a nosotros nos resultan tan extrañas...   La última experiencia gratificante y emotiva que he vivido en este sentido fue el verano pasado, cuando entrevisté a un anciano sacerdote que trabajó toda su vida en las montañas del Pirineo aragonés. Le pasé un cuestionario de más de cien preguntas sobre ciertas creencias y prácticas en el Más Allá: las suyas, pero también las de sus feligreses. Con un finísimo sentido espiritual y del humor, que en él eran inseparables, tras mi insistencia en la casuística funeraria, me dijo, convencido, que “la muerte no existe”. Que sólo es un segundo de separación de este mundo para entrar en otro. Pocos meses después falleció. ¡Menos mal que pude hablar con él antes de que se fuera a ese otro lugar en el que creía tan firmemente!   Actualmente estoy trabajando en algunos casos de confluencia entre el mito y la historia, y también entre el mito, la literatura y el cine. Y eso me obliga a volver la mirada hacia las dos principales fuentes mitológicas que marcaron mi infancia: la Biblia y los cuentos de hadas de la tradición folclórica.          

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