"Una mirada lo cambia todo: la perspectiva, la luz, la sombra, el verso... la palabra."
Fecha de publicación: 26 de septiembre de 2018
Por Cristina Mª Menéndez Maldonado
Siempre he creído en la magia. Desde niña de forma inconsciente, intuitiva, entrelazada con una inquieta y rebelde imaginación. Pero la vida, a temprana edad te corta las alas de cuajo, con frases aparentemente sensatas y prácticas: "Niña deja de imaginar. No seas Antoñita la fantástica, estamos en el mundo real". Recuerdo una noche en la terraza de mi casa familiar, con apenas 6 años, cuando me puse a contemplar la luna. Me sentí feliz, como si aquel astro blanquísimo y yo estuviéramos conectados. Con mi visión de niña me pareció que esa luna redonda me miraba con sus ojitos coquetos y me sonreía; hasta le ví un pendiente, brillante muy cerca de su oreja. Entonces quise compartir mi felicidad con mi padre, pero cuando se lo conté él me dijo tajante que eso era una locura y la angustia me pisó el corazón. ¿Acaso estaba loca? Las plumas de mis alas se me cayeron de golpe, y sentí más que nunca el suelo en mis pies. Ese fue el primer cortocirtuito de mi hasta entonces breve existencia. El primero de una larga lista de desconexiones que me alejaron de mí misma poco a poco, gota a gota.
Poco después, en el colegio, en uno de mis libros de texto, no podía apartar la vista de un dibujo de la luna, cubierta de velos y con un rostro bellísimo y afable que me miraba a través de las páginas. Junto a ella había una canción infantil: "Luna lunera, cascabelera..." que yo tarareaba sin descanso, deseosa de que despertase su luz y me regalara alguna palabra que confirmase su vitalidad. Yo me debatía entre dos mundos, preguntándome si en realidad estaba loca o debía hacer caso a mi intuición. Sin embargo, era real para mi que esa luna preciosa hacía sonar sus cascabeles cuando nadie, excepto yo, le prestaba atención...
Desde aquel momento tomé una triste decisión: guardaría en secreto la verdad que nadie quería oír: "Que la luna tiene rostro y velos, un pendiente brillante en su oreja izquierda, una sonrisa maravillosa y hace sonar sus cascabeles para hacer notar su presencia."
Aunque han pasado muchos años desde aquello, aún recuerdo la imagen de aquel astro de mi libro.
Con el paso del tiempo, el sentido práctico de las cosas, "lo útil y real" comenzó a reinar en mi vida. Siempre hubo momentos de magia unidos a mi pasión por escribir, pero eran clandestinos. Y esos momentos de felicidad auténtica traté de degustarlos en secreto, para que nadie pudiera destruirlos con sus críticas. La poesía, la lectura también alimentaron esa parte herida de mi, cincelando un mundo solo mío, personal.
Acorde con lo práctico, útil y real llegaron trabajos aburridos como administrativo y asistente que yo trataba de compaginar con reportajes de investigación como periodista, lo que alimentaba un poco mi verdadero yo. Novios sin chispa creativa ni imaginación me prometieron un amor conformista, sin curvas ni rebeldías, y aunque en lo más profundo de mí misma no me sentía cómoda, el sentido práctico, útil y real se imponía sobra mi voz interior. A pesar de ello, seguía escribiendo como mi única tabla de salvación.
Cuando conocí al que ahora es mi marido, Gerson A. de Sousa, mi vida dio un giro total. Alguien por fin celebraba mi lado oculto, mis dones imaginativos y me animaba a trabajar en ello, a desarrollarlo a voces, a gritos, sin miedo. Él es creativo como yo, su motor, su combustible, igual que el mío, es la imaginación y en su caso particular, la danza y la coreografía. Somos dos almas artísticas que se tocaron y se tocan cada día y de su vibración, inevitablemente surgió la oportunidad de SER tal y como somos. LIBRES de todo prejuicio.
Esa vida que desarrollé en la sombra por fin se empapaba de luz. Escribí sin parar y en 2013 publiqué mis primeros libros "El alma de la armonía" de Dairea Ediciones y poco más tarde "Palabras de lluvia" de Eirene Editorial. Ver materializada mi obra no fue una simple cuestión de ego. Era la reafirmación de mi misma, de mi mundo, que había respirado solitario en la sombra durante mucho tiempo, alimentado de migajas, de fragmentos de sueños, recluido en una celda sin luz.
Lo que ha venido después, mágicamente, es consecuencia de ello...La decisión de dar un salto al vacío me ha dejado sin un suelo práctico, útil y real donde sostenerme. Una prueba difícil, a veces aterradora pero necesaria para rescatar mi verdadero yo de entre todos los escombros y espejismos de lo que creí real.
Ahora, al analizar el proceso desde una visión ampliada comprendo por fin muchas cosas. La luz y la sombra me ayudaron a crecer, me empujaron siempre en una única dirección: "Yo misma". Cuando me apoyaba en el sentido práctico de la vida me sentía infeliz, pero era necesario esa situación dolorosa para "despertar", para seguir buscando la verdad sobre mi SER.
Aún hoy, tras el salto al vacío no sé que será de mí, pero ahora quien camina soy yo y no una réplica amaestrada. No niego que temo, igual que los animales que nacen en cautividad, el enfrentarme a lo que desconozco, a la selva, mi mundo de verdad, pero también se que el instinto me ha llevado hasta aquí y mi inconsciente conoce mucho antes que yo que es lo mejor para mi yo salvaje.
Hace tiempo que he vuelto a ser Yo, pero hoy por primera vez he reflexionado sobre ello, le he puesto nombre a todo cuanto sucedió. He mirado de cerca cada pequeño paso, cada aliento, cada sueño...
Hoy más que nunca creo en la magia de la vida y siento que han vuelto a crecerme alas. Hasta he encontrado en el suelo de mi casa una pluma, que no se de donde salió, pero que estoy segura de que es una gran señal. El vuelo está próximo. Hoy y todos los días del resto de mi vida abrazo a la niña que fui. Juntas contemplamos esa luna perfecta, blanquísima, sonriente, que hace sonar sus cascabeles.
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