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Al rescate del sagrado femenino

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Fecha de publicación: 1 de julio de 2015

Al rescate del sagrado femenino

Por Cristina Mª Menéndez Maldonado

La historia de la humanidad ha estado ligada a los símbolos, tradiciones y leyendas. Con el paso del tiempo estas huellas siguen manteniendo la esencia secreta que atesoraron en un pasado lejano, por más que los vencedores de esta larga tradición patriarcal se afanasen en borrar todos los indicios. Estas señas de identidad hablaban de lo femenino, con el arraigo y la fuerza de la tierra, con la fluidez y la memoria del agua.

La caverna, con su iniciático mito de muerte y renovación; la Pachamama, Madre Tierra de los pueblos andinos representada por la espiral; el laberinto cincelado en monedas cretenses o en las tumbas del antiguo Egipto, grabado en el suelo de algunas catedrales como la de Chartres, o representado en las líneas enigmáticas de Nazca en Perú, tejen desde el inconsciente colectivo esa historia olvidada de regreso al seno de la madre ancestral.

La esencia primordial de la Diosa madre Tierra ha sobrevivido en la sombra, aunque mancillada con nombres monstruosos como Leviatán y Behemoth, en la diosa cananea prohibida Astarté o en la Shekiná hebrea. No en vano, la antropóloga Marija Gimbutas planteó la hipótesis de una religión centrada en lo femenino que predominó en el Mediterráneo oriental antes del patriarcado. Un ejemplo que la antropóloga encontró en las figurillas halladas en Mezin (Ucrania) datadas en 18000-15000 a. C.

Aunque es un hecho que la historia oficial ha sido injusta con mujeres y diosas, sabemos que hubo relevantes figuras femeninas en periodos de escasa libertad para las mujeres como el Medievo. Un claro ejemplo lo encontramos en la abadesa del siglo XII Hildegarda Von Bingen que nos dejó innumerables obras musicales, literarias, científicas y médicas, o Christine de Pizan del siglo XIV con su extraordinaria novela “La Ciudad de las Damas”, con la que defendió el valor de la mujer tan denostado por los hombres de la época.

Por fortuna y aunque aún queda mucho camino por recorrer, es tiempo de Diosas y de Mujeres. El principio femenino aún relegado al gineceo del silencio sigue latiendo con fuerza en el inconsciente colectivo de hombres y mujeres, lo que en psicología se denomina pensamiento “mágico” o primitivo. El arquetipo de la diosa madre es el inspirador de una percepción del Universo como un todo orgánico, sagrado y vivo, siendo esta divinidad la integradora de toda forma de vida en la tierra.

En la novela “Diosas del silencio” que acaba de publicar Dairea ediciones, he tratado de dar voz a mujeres del medievo de toda condición. En ella caballeros, monjes, prostitutas, brujas o visionarios componen sin saberlo un sendero invisible que entreteje sus destinos, una espiral que les conducirá al centro de sus conciencias, al lugar oculto y profundo donde aún respira la diosa. Esta espiral tan simbólica como real también está presente en la novela. Su descubrimiento se lo debo a Patricia R. Muñoz, creadora del Juego de la Oca o la Espiral de los Maestros Constructores, que me puso tras la pista de la Diosa, pues al parecer durante la Edad Media en Lombardía, cerca del Lago Iseo existían congregaciones de mujeres, llamadas «Societá del Buon Gioco» o «Societá di Diana», que se reunían en secreto ciertas noches para celebrar ceremonias y rituales que podrían estar ligados al juego de la espiral, a la oca, por tanto a la conexión con la Diosa… En 1390 el inquisidor de Milán, Beltramino di Cernuscullo, condena al «suplicio» a Sibila Zanni y Pierina di Bugatis por haber participado en el llamado Juego de Diana. Después de ser torturadas, las dos mujeres confesaron que en esos ritos, junto a la «Domina Ludi» o «Signora del Gioco» (Señora del Juego), había participado el demonio. Es el comienzo de la caza de brujas que se prolongaría durante varios siglos.

Por fortuna, hoy día existen numerosos movimientos que apoyan y promueven el sagrado femenino y su rescate. Círculos de mujeres que buscan un reencuentro con la Diosa para reconectarse con sus ciclos vitales, para celebrar como antaño la unión con nuestra esencia más sagrada, para sanar todo lo que ha sido herido durante tantos siglos.  

La Diosa nos espera siempre, paciente, en el centro del laberinto.  

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